-Ilustración de ANA ALMELA-
“Si por un instante las historias escritas se disolvieran en el humo vano de las hogueras con la inmensa incertidumbre que acecha nuestra rápida e impredecible civilización, y se perdieran sin remedio en algo más que la soledad y el desconcierto.
Si Dios permitiera que sólo las hierbas ralas de las estepas frías, oscuras y áridas, permanecieran en nuestro maltratado planeta, y millones de niños abrazaran en un inútil sueño el pulgar intangible de sus padres, y los poemas de Walt Witman acariciaran esas hierbas, y las canciones de Serrat mecieran los sueños de esos infantes muertos.
Si el espíritu fuese algo más que el alma pueril de los cristianos, siempre en peligro de perderse entre los placeres más inocentes….
Si todo esto ocurriera, no sé si sería demasiado tarde para, cuando apenas nos quede un trozo de vida, podamos hacer alguna cosa poco extraordinaria, cosas sencillas como: Amar a los que nos rodean hasta el límite de intentar convencerlos de que son lo más importante para nosotros; dejarnos envejecer en esos someros instantes como si de lustros se tratase, enamorándonos de todo lo que hasta entonces incluso nos causaba malestar; impedir que el olvido avasalle los recuerdos más pequeños, quizás por sencillos o carentes de la enjundia de los trascendente; permitir que las flores nos posean con su aroma como lágrimas que resbalan sin pudor por nuestras mejillas; dejar que el sol caliente nuestros cuerpos desnudos e iluminen nuestra alma abierta de par en par al descubrimiento permanente de la temeridad de un niño al que se le ha dotado de un par de alas que todavía no sabe manejar, y que nunca sabrá hacerlo si no se le permite la posibilidad de estrellarse.”
No sé, amigo… Han pasado ya años y hoy sólo estoy convencido de que las palabras de Gabriel, como la música de Mozart o los poemas de Neruda, forman mi paisaje personal, y que son para mí esas pequeñas cosas que alientan el soplo que infunda valor a mis ideas.
Hace unos años, un amigo me escribió una carta para expresar un pensamiento mil veces repetido: que la felicidad está en las cosas sencillas. En ella, me decía:
“Si por un instante las historias escritas se disolvieran en el humo vano de las hogueras con la inmensa incertidumbre que acecha nuestra rápida e impredecible civilización, y se perdieran sin remedio en algo más que la soledad y el desconcierto.
Si Dios permitiera que sólo las hierbas ralas de las estepas frías, oscuras y áridas, permanecieran en nuestro maltratado planeta, y millones de niños abrazaran en un inútil sueño el pulgar intangible de sus padres, y los poemas de Walt Witman acariciaran esas hierbas, y las canciones de Serrat mecieran los sueños de esos infantes muertos.
Si el espíritu fuese algo más que el alma pueril de los cristianos, siempre en peligro de perderse entre los placeres más inocentes….
Si todo esto ocurriera, no sé si sería demasiado tarde para, cuando apenas nos quede un trozo de vida, podamos hacer alguna cosa poco extraordinaria, cosas sencillas como: Amar a los que nos rodean hasta el límite de intentar convencerlos de que son lo más importante para nosotros; dejarnos envejecer en esos someros instantes como si de lustros se tratase, enamorándonos de todo lo que hasta entonces incluso nos causaba malestar; impedir que el olvido avasalle los recuerdos más pequeños, quizás por sencillos o carentes de la enjundia de los trascendente; permitir que las flores nos posean con su aroma como lágrimas que resbalan sin pudor por nuestras mejillas; dejar que el sol caliente nuestros cuerpos desnudos e iluminen nuestra alma abierta de par en par al descubrimiento permanente de la temeridad de un niño al que se le ha dotado de un par de alas que todavía no sabe manejar, y que nunca sabrá hacerlo si no se le permite la posibilidad de estrellarse.”
No sé, amigo… Han pasado ya años y hoy sólo estoy convencido de que las palabras de Gabriel, como la música de Mozart o los poemas de Neruda, forman mi paisaje personal, y que son para mí esas pequeñas cosas que alientan el soplo que infunda valor a mis ideas.
1 comentario:
Eso lo descubres cuando te sumerges en la soledad deseada, en la soledad compartida contigo mismo, en la soledad añorada, en la soledad no impuesta sino requerida y buscada, en el silencio que nace de muy dentro, cuando el pensamiento cesa y las emociones no gobiernan, cuando te enfrentas a tu inmensa pequeñez, a tu única identidad, la que late detrás de cualquier deseo, la que te ata al presente, la que olvida futuros inciertos y pasados enmascarados en leyendas que te han contado, que te has contado, pero que no sabes si fueron o no porque todo lo que no sea aquí y ahora es engañoso, difuso, impersonal, perteneciente a otro que ya no eres tú.
Un saludo, hermano. Acabo de llegar de adorar al sol y a la madre mar; una forma muy precisa de cargar las pilas para seguir intentando estar despierto y vivo, para tener el valor de morir cada noche y el coraje de resucitar cada mañana.
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