Hace 40 años, en la ciudad de Cieza (Murcia), nació una Revista literaria sin más pretensiones que conjurar el miedo con la palabra y que conforma un espacio digno de la historia de la literatura, al menos local. La revista se llamó El Caimán, y su primer número fue editado en septiembre de 1976. Y si ahora recordado ese hecho no lo es sólo por sus calidades literarias ni por el nombre de sus firmas, sino por su especial significación literaria, cultural e histórica en el contexto de un periodo temporal con nombre propio: la Transición española. Por esto, el pasado Jueves celebramos un acto, organizado por el Foro por el Pensamiento y el Diálogo, en el que además de una conferencia a cargo del historiador Francico J. Salmerón, cuatro miembros que fuimos de El Caimán (Jesús A. Salmerón, Diego Montesinos, Francisco Pino y yo mismo), intervinimos para hablar de esta mítica revista y de sus circunstancias.
Ya en ese texto de presentación de su N.º 1, el grupo gestor de la revista escribía sus pretensiones: Esto es una esperanza nacida de la desesperanza del momento, como un necesario lamento en busca de protagonismo. No… no es un lamento, es un hacerse activo y artesano, es un estar con los pies en el llano de esta monótona existencia nuestra.
Y en estas palabras radica la posición de El Caimán ante el lector y ante la literatura, la de ser una esperanza y a la vez un lamento, usando como vehículo la palabra para conjurar el miedo. Un espacio donde respirar y encontrarse, donde querer cambiar el mundo o al menos, posicionarse, y todo ello a través de la literatura.
Su puesta en las calles en aquel inicio del otoño de 1976 se hace en un contexto que tenía algunos elementos a considerar: un paisaje urbano de Cieza casi abandonado, una ciudad culturalmente muerta o en coma, donde sólo dos salas de cine (el Cine Galindo y el Teatro Capitol), servían de monocorde tapiz cultural para un pueblo adormilado y aplanado, como tantos en aquel tiempo en nuestra región y en el mismo país; y una ciudadanía que pretendía poco a poco salir de su atonía y letargo con una incipiente actividad política, social y cultural -a pesar de las prohibiciones y censuras que aun sobrevivían al dictador-. En ese contexto, fue en el que unos jóvenes estudiantes de una generación libre de ataduras, pusieron a andar un instrumento cultural que conjuró el miedo con la palabra, y que acogió en las páginas de sus tres únicos números, obra creativa de gente de diversos ambientes y ámbitos literarios. Un hecho que aglutinó a numerosas personas de diversos ámbitos artísticos (escultores, pintores, narradores, poetas, actores,…) al ofrecer un espacio absolutamente libre que no fue contaminado por ningún ideólogo, partido o religión, y que a modo de hito con características de histórico, ennoblece hoy si cabe más el acto y el gesto cultural con el que se hizo presente en la ciudad y entre sus gentes.
40 años de El Caimán que conviene recordar y valorar, “cuarenta años de aquel verano en el que, entre baño y baño en las aguas (entonces turbulentas, hoy mansas) del río Segura, nos creímos inmortales”, como ha escrito recientemente uno de sus fundadores.
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