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Hay quienes entran en tu vida
unidos al paisaje,
rezumando el tiempo de tu cotidianidad
y reabriendo el reino de tu memoria.
Son gentes
que documentan la ciudad que compartimos,
que traen voces, gestos o palabras,
y que conviven como materia perdurable
justificando lo que somos.
Hombres y mujeres
que golpean el saco de tu tiempo
porque andan a tu lado
por las esquinas verdes del encuentro casual.
Y cuando faltan
notas su hueco,
la naturaleza se vuelve confusa
y revela una obvia evidencia:
la del agua callada.
No todos los homenajes son olvido,
algunos construyen fotografías
como puentes que sostienen el recuerdo
de un instante humano,
espacios para ver y ser vistos.
Fotografías que pueden llegar a desvelar
el misterio de lo hondo al desnudo
porque en ellas
todavía están presentes
el aroma, el viento
y hasta la voz que se miró.
Hay gentes que entran en nuestras vidas
porque han pisado
nuestras mismas huellas
o porque simplemente se han reflejado
en los mismos escaparates que nosotros,
y aunque su fugacidad
es siempre una grieta en la memoria
conviven
como materia perdurable
justificando lo que somos.