Los funcionarios públicos dedicados a la Educación y a la Sanidad, y fundamentalmente los Maestros y Médicos de Familia de esta Región, si viviéramos en Alemania, en Suecia, en Holanda, en Dinamarca o en Finlandia (por poner algunos ejemplos de países de nuestro entorno), no necesitaríamos reivindicar el prestigio de nuestra profesión y la función social que desarrollamos, y no sería necesario hacerlo porque en todos esos países, hace mucho tiempo que estos profesionales forman parte de las personas más valoradas, social y laboralmente. Aquí, en España, tenemos que ser nosotros mismos, y unos cuantos intelectuales y personas con sentido común, quienes saben y hacen pública nuestra importancia para la sociedad a la que servimos, y nos apoyan. A veces sólo es preciso un ejercicio sencillo de racionalidad: el pensar que en las manos de estos servidores públicos están ni más ni menos que la educación de nuestros hijos y la salud y el bienestar de la población; ¿Quién sino está a nuestro lado cuando nacemos o cuando la salud nos falta?, los médicos, matronas, enfermeros y celadores; ¿quién nos enseña los conocimientos básicos y nos forman?, los maestros y maestras, los profesores y profesoras. Todo esto debería servir para repensar su importancia. Quien no valora y desprestigia a los funcionarios públicos esconde algo más peligroso: el desprestigio del los propios Servicios Públicos. En España el 9.5% de los trabajadores somos funcionarios, mientras que en Europa la media está en torno al 16%.
Emilio Lledó dice que “enseñar no es sólo una forma de ganarse la vida sino que es, sobre todo, una forma de ganar la vida de los otros”, frase muy lúcida porque los que nos ganamos la vida enseñando sabemos que con nuestro trabajo despertamos a otros, nuestros alumnos, al mundo de las realidades, al de los conocimiento y al de los valores ciudadanos y humanos, y además lo hacemos en el lugar donde se debe hacer, en la Escuela, una institución que no tiene sustituto, y que es por lo tanto, imprescindible.
Pues bien, en mi caso, enseñante público desde hace mucho tiempo, confieso que me siento orgulloso de mi tarea docente y de la función social que desarrollo, y estando seguro de que me equivoco, también lo estoy de que mucho más se equivocan aquellos que tratan de desprestigiarnos haciéndonos diana de sus críticas. Y si me siento enfadado y cabreado hoy, no lo es porque tenga dudas sobre la importancia de mis tareas docentes o por estar en el punto de mira de algunos descerebrados, sino porque mi Gobierno Regional nos ha maltratado con una dureza inaudita, suprimiendo de un plumazo derechos laborales (más de 16 acuerdos derogados), nos reduce los sueldos, reduce los puestos de trabajo en las escuelas e institutos, suprime programas, reduce los presupuestos de los colegios, etc., toda una serie de injusticias sin precedentes que no tenemos más remedio que denunciar y ejercer nuestro derecho a la protesta, manifestándonos y haciendo otras acciones tendentes a que la sociedad a la que servimos lo sepa, y valore que al hacer lo que nos hacen, están desprestigiando los Servicios Públicos.
Y ahora que ha pasado la barbaridad de agredir a uno de los Consejeros del Gobierno Regional, cosa inaceptable en modo alguno, otros (y entre ellos ¡qué pena!, nuestros gobernantes) han aprovechado para hacer declaraciones que van en la línea de desprestigiar nuestra lucha tratando de echarnos encima el clima de CRISPACIÓN que existe en Murcia, sin querer darse cuenta de que si hay crispación sólo hay unos culpables: ELLOS, que en un día de finales de Diciembre, con nocturnidad y alevosía, aprobaron una Ley que nos da un trato que no merecíamos.
Por eso, el día 25 volveremos a la calle para manifestarnos, y decir bien alto:
¡Que se trata de Educación y Sanidad, imbécil!