(Dibujo hecho por el excelente pintor y amigo, José Lucas)
Un 9 de Agosto de hace 9 años, murió el escritor ciezano Fernando Marín Iniesta, uno de los referentes de la literatura hecha en Cieza y una persona admirada y reconocida por su amplia y excelente producción literaria.
Sirva este artículo mio (publicado en El Mirador en 8/agosto/2014) como un recuerdo y homenaje a este ciezano que forma parte de la historia cultural de nuestra ciudad.
A Fernando lo conocí un día de agosto del año 1980 cuando el grupo de literatura recién creado, La Sierpe y el Laúd -al que pertenezco desde su primer minuto-, organizó un recital poético en la Feria y Fiestas de Cieza de ese año bajo el título de “Hablamos de Poesía”. Si bien ya antes, cuando yo pertenecía al siempre recordado colectivo El Caimán, supe de él a través de un hermoso poema (La canción del aire) que nos dio para publicar en unos de aquellos números que editábamos a finales de los años 70, pero personalmente no lo había tratado nunca. Fue en ese acto cuando Fernando, tras la lectura de poemas y en un debate que se inició después sobre la verdad de los poemas y su trascendencia social, pidió la palabra para comentar y argumentar cómo algunos de los versos leídos de Miguel Hernández, estaban construidos con una técnica y un sentido literario tal que una palabra concreta de uno de aquellos versos de Miguel, si la quitáramos o cambiáramos por otra, destrozaría el poema en mil pedazos. Aquellas palabras suyas me dijeron algo que ya no pude quitarme en toda mi vida sobre Fernando Martín Iniesta, allí me di cuenta de que esa persona no era un escritor cualquiera, que el que hablaba y entonaba ese discurso, lo hacía como un Poeta. Y de su poesía quiero escribir mis opiniones, las de un humilde escritor de versos a un gran poeta como fue Fernando.
A partir de aquel día, nos conocimos y entablamos una amistad que tuvo, a lo largo de su vida, momentos de encuentro y de desencuentro, pero en la que siempre hubo por mi parte un respeto hacia Fernando como literato y sobre todo, como Poeta. Para mí, Fernando Martín Iniesta, que es y será reconocido en la mayoría de los homenajes, recuerdos y estudios literarios, como un excelente dramaturgo, para mí digo, ha sido siempre un Poeta y como tal lo tuve y lo tendré.
Su bibliografía poética es corta porque pronto se encaminó hacia el teatro y a él se entregó durante la mayor parte de su vida. Pocos poemarios forman su curriculum poético: Alborada (1946), Libro de inocencia (1949, Hombre del pueblo (1947), El creador de dioses (1949) y Sonetos de la Isla (1951), junto con algunos poemas publicados aquí y allá, nada en comparación con su vasta bibliografía dramática. Libros de juventud del escritor que denotan ya, a la vez que esa conciencia transgresora y radical que ha hecho importante su teatro, para mí una calidad poética sin discusión. Decía M. Martínez Ortiz comentando aquellos poemarios de Fernando, que “a los 17 años, cuando apenas cuaja en esbozos el pesado equipaje formativo, él supo escoger la metáfora exacta”, y se refiere a ese poemario que bajo el título de Hombre del pueblo escribió a esta edad en una edición pequeña y para amigos. Un libro que muchos años más tarde su amigo López Pascual, editó junto a otro de sus poemarios (Libro de inocencia), en 2001, el año de su muerte. Y es que Fernando tenía ese don que pocos tienen de encontrar las palabras para las emociones y las emociones traducirlas en versos completos y llenos de fuerza. Una fuerza poética que, si en principio tienen como excusa los paisajes humanos y físicos de su pueblo, después pasan a hacer un recorrido por el ser humano partiendo en dos su conciencia, exponiendo su rabia sobre la ciudad y preguntándose como humano, por su destino, como en Creador de dioses. Sus versos, en apariencia sencillos, están repletos de recovecos que van ilustrando un paisaje humano donde la libertad tiene un papel protagonista.
La poesía no es sólo una flor que luce en las conciencias, ni un grito en la noche del hombre, ni la explicación del presente ni el recuerdo de un pasado, ni un arma cargada de futuro como dijo Celaya. La poesía es todo eso y más, pero sobre todo es Literatura, es belleza en las palabras, y es la palabra exacta en el poema. Pero además, la poesía exige, tiene una exigencia básica: la técnica. Sin técnica puede haber un proyecto de gran poema o incluso el esbozo literario de una emoción que salpica las conciencias, pero se quedaría en eso, en proyecto, esbozo, porque la argamasa que da sentido al verso, es la técnica poética. Esa que hace que el ritmo mantenga las palabras y que cada una de ellas llene el exacto hueco del poema. Esa que mantiene la rima o la musicalidad en el interior o el exterior del poema, esa que en definitiva, mancha de belleza el verso y lo hace eterno, válido, en suma, expresión literaria. Un oficio iniciático este el de ser Poeta. Por eso nunca me ha gustado definirme como tal, porque sería igualarme o ponerme al mismo nivel de Poetas como Neruda, Hernández, Lorca, Cernuda o Fernando Martín Iniesta, y eso, humildemente, sería una comparación exagerada. Sólo soy un escribidor de versos.
Fernando, aun a pesar de su entrega a la dramaturgia, fue capaz de equilibrar en sus versos el elemento básico de la poesía, y por eso la hace eterna, nuestra ya para siempre, como corresponde a un verdadero poeta. Que además haya sido un excelente autor de teatro, lo pone en un lugar importante en el mundo de las letras.
Para mí tienen los versos de Fernando un equilibrio que reconozco cercanos -aunque con menos tranquila expresividad, se podría decir- con una gran amiga suya que también lo fue mía, la también poeta ciezana Mª Pilar López. Ese dibujo poético que tiene la poesía de Fernando es parecido al de Mª Pilar. También tuvieron en común más cosas, como ser unos luchadores por la dignidad y la libertad en aquellos tiempos de la postguerra, difíciles y duros, y ambos son los representantes de la mejor literatura hecha en Cieza desde siempre. Sólo Aurelio Guirao, también amigo de ellos, estaría a su nivel poético aunque con otra carga emocional.
Aunque tuviera con Fernando algún desencuentro, como persona de fuerte carácter que fue (no fui el único que los tuvo debido a lo mismo), siempre supe que no estaba sometido a esos dioses que representaban la cobardía. Por eso mi respeto y consideración fueron sinceras a pesar de que apenas leí su teatro porque no es un género que particularmente me guste leer (sí ver).
Pienso que Fernando entró en la literatura por medio de la poesía, y que ello lo ha mantenido unido a las palabras hasta su muerte. Luego, el teatro le hizo concebir su mundo desde un punto de vista más modernista y perceptivo, y a partir de su obra La señal en el faro (1958), fue encontrando un lenguaje propio que desarrolló magistralmente y de ahí ese reconocimiento general a su labor como dramaturgo.
Termino recordando cómo en marzo de 2005, unos meses antes de morir, escribió unos versos para introducir la reedición de Hombre del pueblo y en ellos creo que manifestó su testamento poético, el de un poeta íntegro e intuitivo:
Si estas palabras tienen vida,
si la memoria suena a verdadera
será señal que habré vivido,
que el amor o el dolor sembró mis venas,
que el desamor vaticinó el mañana,
o el hoy -¿qué más da?-,
que hombre fui, feliz
por menos desgraciado,
que ya puedo morirme
al doblar unja esquina
como un perro callejero, abandonado,
-¡un perro que nunca tuvo amo!-
con la certeza
de que la tierra seguirá rodando
y el sol saldrá a su hora en punto.
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